domingo, febrero 18, 2007

MIGUEL HERNÁNDEZ



Miguel Hernández nació en Orihuela en 1910. Su padre era pastor de cabras, y Miguel heredó este humilde oficio desde que tuvo siete u ocho años. Guiaba sus cabras y ovejas por las laderas de las montañas que rodean a Orihuela.
Al cumplir diez años, su padre le envió a estudiar en el Colegio de Santo Domingo, dirigido por los padres jesuitas. Sus profesores no tardaron en advertir su natural inteligencia y su gusto por la lectura, pues Miguel leía todo lo que caía en sus manos; procuraron estimular esa afición a los libros, y aconsejaron al padre de Miguel que le costease una carrera. Pero el padre prefirió que Miguel continuase con su oficio de pastor y le ayudase en sus tareas. Así, pues, Miguel continuó pastoreando en el campo oriolano, alternando a veces ese oficio con el de repartidor de leche a domicilio. Pero siempre que podía leía versos o novelas, escapaba al campo o se iba al río a bañarse... Tenía quince años cuando encontró a un grupo de muchachos aficionados, como él, a los versos. El juvenil grupo se reunía en una modesta tahona, propiedad de dos de ellos, los hermanos Fenoll, y la tertulia la dirigía un joven de gran cultura y talento, Ramón Sijé, que habría de morir tempranamente. El encuentro con Ramón Sijé fue decisivo para estimular la vocación literaria de Miguel Hernández. Miguel comienza a escribir versos, y con ellos llena cuadernillo tras cuadernillo. Devora todo libro que cae en sus manos, y García Lorca se convierte en uno de sus poetas predilectos.
Pero como ocurre siempre con los jóvenes de talento que viven en los pueblos, llega un día en que Miguel no puede soportar más el ambiente estrecho y pueblerino de Orihuela. El se sabe poeta, y se da cuenta de que nada o muy poco podrá adelantar su poesía si permanece en el pueblo, trabajando en pequeños oficios que le aburren, como repartidor de leche o empleado de una notaría. Decide, pues, intentar la aventura de Madrid, donde el cree que está la gloria literaria.
A fines de 1931, Miguel Hernández cogió el tren para Madrid, llevando por todo equipaje una vieja maleta llena de versos. Tras unos días de corretear la ciudad de punta a punta para mejor conocerla, decide buscar trabajo, pero a pesar de sus esfuerzos no lo consigue. Las pocas pesetas que había traído del pueblo se le acaban, y con ellas sus ilusiones. Vencido y desengañado de su aventura, regresa a su pueblo, y se refugia de nuevo en sus lecturas, en sus amigos y en la soledad del campo oriolano. Sigue leyendo incansablemente y escribiendo poemas, ya recobrado de su fracaso madrileño.
En diciembre de 1932 logra publicar su primer libro, Perito en lunas. Al goce creador se une ahora el de su primer enamoramiento: se hace novio de una modistilla del pueblo, Josefina Manresa, que corresponde a su amor, y que pocos años más tarde será su esposa. Este amor le da seguridad, y Miguel se siente más poeta que nunca, capaz de intentar por segunda vez la aventura madrileña. Con la misma vieja maleta, llena ahora de nuevos poemas, Miguel toma de nuevo el tren para Madrid. Pero esta vez ya no es el adolescente tímido, acobardado, del primer viaje. Se siente ahora más seguro de sí mismo y de su poesía.
Encuentra trabajo en una editorial y traba amistad con los mejores poetas del momento: García Lorca, Alberti, Pablo Neruda... Pero cuando llega el verano, corre a tomar el tren y llega a su pueblo para ver a los suyos, a su novia, a sus amigos. Son días felices para el poeta, junto a Josefína, o recorriendo de nuevo parajes queridos del campo de su infancia. Pero en septiembre debe regresar a Madrid, a su trabajo, a su poesía.
En diciembre de 1935 muere el mejor amigo de Miguel en Orihuela: Ramón Sijé, y el poeta escribe entonces su extraordinaria Elegía a Ramón Sijé, que provocó el entusiasmo crítico de Juan Ramón Jiménez.
La guerra civil sorprende al poeta a Madrid, y Miguel se incorpora al Ejército. Lucha en las trincheras, lee versos suyos a los combatientes y escapa cuando puede a Orihuela a ver a su novia. En plena guerra, en 1937, se casa con Josefina, pero Miguel tiene que incorporarse al frente de Jaén, y su luna de miel es brevísima. En 1937 nace su primer hijo, que muere a los pocos meses, y, en enero de 1939, próximo ya el fin de la guerra, les nace otro. Entretanto, Miguel ha escrito dos nuevos libros de poesía: Vientos del pueblo y El hombre acecha.
El final de la guerra, en marzo de 1939, trae para Miguel una serie de desdichas. Son días malos para el poeta, con grandes penas y largas prisiones. Preso en la cárcel madrileña de Torrijos, es condenado a muerte por su actividad política durante la guerra y sólo la intervención de algunos amigos logra que la condena se cambie en treinta años de prisión. En la cárcel, Miguel sigue escribiendo, y cuando recibe una carta de Josefina diciéndole que solo puede comer pan y cebolla por falta de medios, escribe una de sus más conmovedoras canciones, las Nanas de la cebolla.
Al poco tiempo le trasladan a la prisión de Ocaña donde escribe un nuevo y bello libro: Cancionero y romancero de ausencias, que permaneció inédito hasta después de su muerte. Como le trasladan nuevamente de cárcel, aún tiene humor para escribir a Josefina: “Sigo haciendo turismo.” No piensa más que en ella y en su hijo.
De Ocaña le trasladan nuevamente a la cárcel de Alicante, adonde llega en julio de 1941, lo que le permite ver con más frecuencia a Josefina y a su hijo, que viven en el pueblecito de Cox, próximo a Alicante. Pero a fines de noviembre, Miguel enferma de fiebres tifoideas y, a continuación se le declara una tuberculosis pulmonar. Es el principio del fin. Como su gravedad aumenta, sus amigos elevan una solicitud para que Miguel sea trasladado a un sanatorio de presos tuberculosos que hay cerca de Alicante. Pero los trámites se alargan, y cuando llega a la cárcel de Alicante la autorización para el traslado al sanatorio, ya es tarde. Miguel está gravísimo y se considera inútil el traslado. Y el 28 de marzo de 1942, en la madrugada, el poeta agoniza, y dice sus últimas palabras: “¡Josefina, hija, qué desgraciada eres!” Sus restos yacen hoy en el cementerio de Alicante, con una lápida que ostenta una sencilla inscripción: “Miguel Hernández / Poeta / 1910-1942.” Tenía, pues, Miguel Hernández, en el momento de su muerte, treinta y dos años.

Extractos de la introducción de Jose Luis Cano a Miguel Hernández, Poemas. Rotativa. Plaza y Janés, S.A., Editores.
A continuación, en la siguiente entrada puedes leer la Elegía que escribió a la muerte de su gran amigo Ramón Sijé.
Si quieres escuchar algunos poema suyos con música, interpretados por Joan Manuel Serrat, entra en la sección de Música.

Elegía a Ramón Sijé de Miguel Hernández

ELEGÍA

(En Orihuela, su pueblo y el mío,
se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
con quien tanto quería.)

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.